Desde luego, a veces no hay nada más cierto que el hecho de que el tiempo pone a cada uno en su sitio… y esto incluye al observador y al observado; al músico y al que le escucha. Porque si hace unos años, tal vez, era más complicado escuchar algunos discos de bandas como
My Chemical Romance desde un punto de vista aséptico –en parte, por culpa de todo lo que rodeó a las etiquetas que se le endosaron, además de la cantidad de imitadores que surgieron y del fenómeno fan más absurdo y desatado-; hoy, y desde la perspectiva que nos da la experiencia y el paso de los años, este mismo ejercicio acaba convirtiéndose, incluso, en un acto de disfrute musical.
Sí, una vez desprendidos de aquello que, a nuestros ojos, enturbiaba la imagen de la banda, es mucho más sencillo aproximarse a un trabajo como el que nos ocupa esta reseña, “The Black Parade”, que quizá constituye el pico más alto en términos de popularidad y calidad musical de
My Chemical Romance. Bueno, esto último tal vez sea algo opinable y discutible, porque en nuestra opinión, “Danger Days: The True Lives Of The Fabulous Killjoys” –disco que sucedió al que estamos tratando aquí-, fue un acertado golpe de efecto al sonido del grupo; no obstante, hemos de reconocer que su máximo nivel en términos de alcance mediático, lo alcanzaron con el trágico “The Black Parade”, un álbum conceptual y oscuro. Así, si hay algo que también debemos reconocer a la banda, es su capacidad para llevar a cabo una puesta en escena brutal, algo evidente en todo lo que rodeó a la publicación de esta entrega. Desde el arte diseñado para el disco (preciosas ilustraciones en el libreto), pasando por el vestuario y los decorados empleados en sus conciertos. Todo en consonancia con la temática del disco, relacionada con la muerte y la enfermedad, pasando un poco de refilón por la estética “burtoniana”.
Pero de donde de verdad se extrae más chicha, es del apartado musical. En “The Black Parade”, y pese a la juventud de los miembros del grupo por aquél entonces,
My Chemical Romance lleva a cabo un ejercicio de búsqueda musical que abarca diversas décadas, centrándose, especialmente, el en rock de los años 70 y principios de los 80 -que venía de USA de la mano de bandas como Queen-, buscando siempre un sonido grande, épico y coreable; ejemplo claro del carácter inquieto del grupo (presta mucha atención a “Welcome To The Black Parade”, y dinos si el fantasma de Freddy Mercury no sobrevuela cada compás de la canción). Otros momentos de evidente cruces de influencias, vas a encontrarlos en temas como “This Is How I Dissappear”, donde en el puente, el grupo casi realiza un ejercicio de estilo a lo Iron Maiden; además de los ecos existentes en el riff que abre el tema a bandas provenientes de lo que hoy conocemos como horror-punk, elemento que de algún modo, siempre ha estado presente en el sonido del grupo; eso por no mencionar auténticas sorpresas como “Sleep”, una de las mejores canciones que jamás han escrito. Sin olvidarnos de caras B como “My Way Home Is Through You”.
Así pues, las principales conclusiones que se desprenden son dos. Por un lado, la intención de no repetirse disco tras disco; y por otro, su intención de despegarse del puñado de etiquetas que, de alguna forma, les habían sido adosadas con la explosión del mal llamado emo (que de emo tuvo nada). Y lo consiguen, abriendo su espectro sonoro a influencias de corte clásico, incluyendo también, ritmos sincopados que pueden recordarte a músicas tradicionales como la tarantela italiana en cortes como “Mama” (donde por cierto, colabora Liza Minelli); sorprendiendo a más de uno en el proceso, algo que se percibe, y mucho –por poner otro ejemplo-, en el modo en que Gerard canta en este disco, dejando al margen todos los gritos que había practicado en entregas anteriores. No obstante, es evidente que para muchos fue un movimiento totalmente desafortunado, pero tal y como indicábamos al principio del comentario, creemos que el tiempo ha puesto al disco en su justo sitio.