Por mucho que la música busque -y consiga- instaurarse en nuestras vidas, y que canciones, estribillos o discos enteros se ganen el acompañarnos para siempre; el mundo, la cultura y nosotros mismos estamos en constante cambio y adaptación a lo que depara el entorno. Algo, además, que sucede a ritmos cada vez más frenéticos. Poca gente puede presumir de estar al día de todo, porque es algo imposible. ¿Qué hay, entonces, si un grupo de música no lanza material nuevo en siete años? ¿Hasta qué punto debe estar ahí, en la memoria colectiva? Los californianos
Mad Caddies llegan con “Dirty Rice”, su sexto álbum, situado por las circunstancias en una tesitura interesante: sus inconfundibles señas de identidad y fusión de estilos por un lado; y por el otro, las peculiaridades de una actualidad musical (alternativa) en que el folk es líder y el punk está en un apasionante proceso de reconocimiento y recuperación de la fe por parte del público adulto.
Así, después de “Keep it Going” (2007), y de la mano de la fiel unión entre la producción de la propia banda y la clásica supervisión de Fat Mike, llega este nuevo trabajo. Sosegado, confiado en que este largo hiato haya jugado en beneficio de la inspiración del conjunto –como podrás comprobar en la combinación de trompetas y pieno en “Down and Out”, que suena a clásico-, y que, a priori, encaja en lo más demandado del rock y el pop de esta década -con ese aire bucólico y placentero-. Puede darles, en efecto, un merecido escaparate y un salto a un público mayor. Y es que parece que
Mad Caddies vuelvan alegres y con las energías renovadas tras unas vacaciones, con ese tono de orquesta callejera, de fiesta popular -y algún sonido más inquietante- fundiendo el punk, el ska -esos acordes fieles a los cánones de este género en Ska City-, el reggae e incluso la salsa y el rock de sus primeras décadas, con un teclado destinado a acelerar el recital. Intuimos que el largo proceso de escritura de las canciones, que se inició en 2009 y padeció un brusco reinicio, no obstante, derivó -no exento de riesgo- en una apuesta por un tempo lento en todo el LP; un medio tiempo que permite, a partes iguales, deleitarse con algunas novedades, como la distorsión en los instrumentos eléctricos en “Love Myself” o hacer un guiño a la ópera-rock en la apertura del disco con “
Brand New Scar”. Solo “Bring it Down” pisa el acelerador e incita al choque de hombros entre la multitud, pero desde el primer segundo “Dirty Rice” sugiere bailar, bailar sin cesar.
En definitiva, “Dirty Rice” ha supuesto una larga espera, quizá excesiva, para encontrarnos con un álbum sencillo, directo y sin grandes alardes. Seguramente es el más lento de su discografía, y posiblemente plantee muchas preguntas acerca de la falta de riesgo. Pero es un LP que nos sugiere desconectar, poder parar y descansar de tanta prisa y tropiezos del día a día, para degustar el cariño y buen rollo destilados a través de su trompeta, del nuevo teclista Dustin Lanker -que junto al resto de la banda, participa como escritor de los temas-, y una guitarra polifacética que baila con nuestra cabeza, mientras un agradable y cálido Chuck Robertson lidera el conjunto con su voz. Es más el escenario que pintan -y lo que consiguen hacer sentir e imaginar-, que la técnica desplegada en su música. Pegadizo, como muestran cortes como “Drinking the Night Away”, que cerrará muchos locales y despedirá muchas fiestas; cómodamente situado lejos de la polémica por la admiración que despiertan y sonando sospechosamente a lo que encontramos en la mayoría de festivales -sobre todo europeos- de los últimos veranos, se antoja un disco de celebración, divertido y brillante. Tiene un encanto que hará que acudas a él siete, ocho, nueve años o los que sean hasta que el grupo vuelvan al estudio. Y cambie lo que cambie,
Mad Caddies siempre estarán en nuestra mente cuando pensemos en el ska-punk.