Qué papelón, ¿verdad? ¿Cuántos apelativos surgen como relámpagos en nuestra mente al pensar en
Linkin Park? ¿Qué habéis pensado al ver la portada del disco anunciando su reseña? Aquí tenemos el sexto álbum de los californianos, bajo el anuncio de que “The Hunting Party” (Warner) va a ser un “back to basics”: un disco en la línea de su (ya) adolescente debut Hybrid Theory. Y es que
Linkin Park, que ha llenado estadios de todo el mundo, será para siempre un conjunto que va a despertar reacciones más allá de lo que traigan del estudio, incluso antes de sus lanzamientos. Siempre surgirá un comentario de más y, más de una vez, ajeno a la música. Un grupo que ha vendido millones de discos, mueve una industria de la que dependen muchos intereses, tienen más recursos que casi nadie y consigue que, aún sin quererlo, acabes aprendiéndote varias canciones de cada LP. De manera literal y metafórica, suenan a banda sonora de blockbuster.
Linkin Park es un debate en sí mismo, es patrimonio de millones de aficionados que, en mérito de la banda, lo usan como referencia para tratar los límites de la música en cuanto a su causalidad, en cuanto a qué responde, a su filosofía. Para colmo, también, millones de personas se aficionaron al rock mediante su primer lanzamiento, y ese “certificado” ha dividido infinidad de veces opiniones y público. Hasta el punto, incluso, de renegar muchos de su influencia personal por su repercusión comercial.
Descender de la visión más global para limpiar ese amplio halo que envuelve a la banda, apartar todos esos prejuicios y centrarse en el trabajo final se antoja obligatorio para valorar este LP. Y cabe adelantar una encomiable labor de
Linkin Park: “Hunting Party” propone un camino que podría haber seguido el casi extinguido nu-metal. Sin necesidad de haber revisado ese estilo en más de diez años -debido a su extensa experiencia en la experimentación electrónica-, la banda ensambla la profunda voz de
Mike Shinoda -que tiene mucha culpa de envolver el producto en un “packaging” atractivo para las masas- en los clásicos desgarros de voz de Chester Bennington, logrando esa mezcla entre el rap y el metal de estructura pop que encumbró al género. La clave, no obstante, es el “lifting” compositivo, con los acordes del guitarrista Brad Delson -quien co-produce con Shinoda el álbum- difusos y bien enlazados, que acechan y atacan con agilidad, ejecutando con rapidez riffs que erizan el vello -”Rebellion”, con Daron Malakian de System of a Down- y liberando solos que levantan cejas por el interés despertado -como en la azotadora y cruda ”War”, la “Faint” de este disco-. Te hace pensar que este “follón” es idea suya. Atentos a “Mark the Graves” y su tándem junto a Tom Morello (Rage Against the Machine) en “Drawbar”.
The Hunting Party va a reubicar en la calle a
Linkin Park, entre el público más “duro” de la música alternativa. Tal es la grandeza y alcance de la banda, que esa pirotecnia que pretendíamos obviar -de manera ingenua- acaba detonando, surcando un universo de grandilocuencia y cierta pretensión. Añadiendo, además, unas letras de denuncia, que despertarán polémica entre los aficionados por venir de quien viene. El LP toma prestados sonidos de otros revienta-pabellones como
Muse (“Guilty
all the Shame”), cayendo, al mismo tiempo, en estribillos en busca del sentimiento épico y la repetición tarareada (“Until It`s Gone” o “Final Masquerade”), haciendo sentir en ocasiones que
Linkin Park nos toma por “oídos fáciles”. Parte del LP adolece de ciertos “tics” de uso de lo épico y un artificio que empaña la firmeza y poderío -sobre todo, instrumental- de las canciones con menos capas.
Linkin Park demuestra que puede descender a la tierra y meterse en un estudio para tirar de su teclado, tabla de mezclas e instrumentos sin más alardes. Pero, irremediablemente, son enormes, y ese “vuelo” a cotas de espectacularidad pomposa les puede. Si no se dan cuenta de que les sucede es una muestra de que disfrutan con esto y merecen el beneficio de la duda. Y eso le da sinceridad y poso a este LP, a pesar de todo.