A día de hoy no nos parece muy aventurado estar convencidos de que la mayoría, por no decir la totalidad, de vosotros, estaríais de acuerdo en afirmar que vivimos una especie de “Gran Depresión II”. Una serie de nefastos condicionantes y unas paupérrimas garantías de futuro empujan nuestra capacidad de planificación de la vida a un abismo oscuro, entre terrorífico y vergonzoso, provocando un irremediable viaje a “refugios” interiores más alentadores o escenarios pasados que sabemos que tenían mejores condiciones materiales. Así, miramos atrás y vemos, en general, a nuestros padres con casas ya pagadas mediante trabajos honestos, y a nuestros abuelos que trabajaban lo que comían y han vivido casi un siglo. Un escenario añejo, donde reclamamos para hoy sus cosas buenas, y se añaden una conciencia por la naturaleza y el conocimiento de que la revolución de las comunicaciones no para de dar un paso más, cosa que quita hierro a alejarse de la urbe -para quien lo interprete como símbolo de nuestra condena-. Esas inquietudes e imaginaciones tienen un espíritu muy receptivo con el folk, el blue grass, el country y demás géneros de orígenes bucólicos. Música con arraigo, un grito de larga vida, un “menos es más”. Estos géneros han sabido, además, responder a ese inconformismo absoluto ante la vida, al “no me gusta ni lo establecido ni su alternativa”, y sellos como Fat Wreck Chords han focalizado ese hueco de mercado con unos enérgicos
Old Man Markley -entre otros-, de quienes hoy os presentamos su segundo álbum, “Down Side Up”.
Con este LP de los californianos se siente el calor y hermandad a base de punk-rock y folk. Se aleja un poco de la imagen ermitaña de los trabajos en solitario que viven una sana proliferación, pero también añade un poso de orgullo y fiesta comunal que se separa de una contaminación de imagen exclusiva y elitista -como si el folk fuese patrimonio de quien tiene casa en la playa- por parte de quien pretende explotarlo en la inmediatez consumista.
Old Man Markley destila resistencia a que ese “refugio” descrito antes caiga en lo banal de la gran industria, se diluya en el “mainstream” comercial y caiga en un envoltorio que se lleve todo su esplendor austero y humilde. Con una variedad instrumental apabullante, se palpa una “piña” y denota un trabajo colectivo firme y serio. El violín espera paciente su aparición, sabedor que su impacto emocional creará una onda que se prolongue todo el tema. El sinfín de instrumentos -contrabajo, arpa...- otorgan una imagen de juglar, de historia transversal que hará soñar a toda la plaza, turnándose amablemente, por el bien común, entre las piezas acústicas protagonistas. La guitarra y el banjo se contagian de sus punteados rítmicos, de baile perenne, sonando con una reverberación muy conseguida en producción. Los torrentes de dulzura de Annie de Temple, por su parte -”Come Around Here”-, culminan un escenario interpretativo rico, con mucha vida.
Así, John Carey navega con sus melodías vocales -profundas y de timbre acogedor, en un tono cómplice-, sobre una capa orquestal rocosa pero colorida, salvaje pero asentada en un hábitat que se retro-alimenta por la naturalidad con la que se manifiesta. Estamos ante un disco que te sumerge en sus primeras notas, y parece la banda sonora de un sitio familiar al que estás deseando volver. Además, y queríamos remarcarlo en la conclusión, el trabajo de Jeff Fuller en las baquetas es la clave para que “Down Side Up” hipnotice inmediatamente al oyente, y
Old Man Markley atesore una faceta punk rock que detona esos estímulos hambrientos de ritmos potentes, incansables y rápidos. Excelente labor por parte del batería, de comprensión de los tiempos y construcción de las superficies donde los compases acentúan, sin que sufran los pilares ambientales del álbum.
De algún modo, el grupo transmite el afán por mantener la esencia personal de cada uno, las pasiones que nos mueven cada día. El hacer de lo familiar y lo cotidiano, una especie de fiesta, que sirva de refugio para nuestros semejantes.