Cuando uno se para a escuchar, de nuevo –y desde la perspectiva que da el paso del tiempo y de los discos-, la discografía de
Foo Fighters , percibe que, aunque ahora gocen de un nivel de popularidad que les encumbra como una de las más grandes bandas de rock de estadio del momento, no todo el tiempo fue así –en términos estilísticos, especialmente-. Y sobre todo, uno acaba dándose cuenta de algo que, quizá, sucedió de un modo bastante sutil: los
Foo Fighters también tuvieron su altos y bajos, sus momentos de búsqueda, pérdida, encuentro y reencuentro. Porque si, como decimos, observamos con detenimiento la discografía de la banda, se puede percibir cómo desde que iniciasen su carrera con un par de LPs que sentaron las bases de un sonido más próximo al grunge, fueron divagando por diversos senderos que, a su modo, les llevaron a experimentar con distintas texturas y aproximaciones sonoras.
Así, en 1999, y tras la publicación de dos LPs bastante exitosos, Dave Grohl, líder del grupo, decidió volver a Virginia, su lugar de origen, y allí montar un estudio en el sótano de su propia casa, desde el cual trabajar en el que iba a ser su nuevo trabajo discográfico, “There Is Nothing Left To Lose”, un álbum que, como reconoció el propio Grohl en diversas ocasiones, perfila un ambiente mucho más relajado que sus dos entregas anteriores; y, sobre todo, se atreve a ofrecer momentos tan atípicos como “Generator” pero, especialmente, “Aurora”, que arrojan una propuesta sonora que dista bastante de lo que, hasta la fecha, habían ofrecido a sus fans. Aunque, por otro lado, existen temas como “Live-In Skin” que, de un modo bastante lejano, dejan intuir melodías y riffs que, posteriormente, desarrollaron en entregas como “In Your Honor”, pero desde una posición descaradamente más agresiva. Sorpresa mayúscula, al menos en lo personal, la balada “Next Year”, otro de los cortes que, lejos de hundir las raíces en el rock alternativo/grunge de los dos primeros LPs, deja entrever una faceta muy melódica, sutil y dulcificada. Faceta que explotarían más tarde, en el segundo disco del ya mencionado “In Your Honor”, aunque en formato acústico. Por supuesto, queda espacio para el sonido
Foo Fighters más clásico en canciones como “Stacked Actors” y “Breakout”, aunque contagiados de esa especie de hilo conductor apaciguado.
Para muchos, y nos incluimos en ellos, “There Is Nothing Left To Lose” es un disco de transición. Una especie de oasis de experimentación relativa en la que el grupo, contagiado quizá por el clima y ambiente hogareño de Virginia, decide apartarse de la vorágine de sus dos anteriores entregas, para centrarse en una propuesta más relajada, un tanto atípica, pero que, a la vez, sentó la base para algunas de las cosas que irían viniendo con el paso de los años.
Aunque, quizá, si afinamos todavía más el oído, encontremos algo un tanto paradójico. Y es que, pese a ser un LP bastante reposado y melódico, no encontramos en él los elementos típicos de los grupos que se dan a las baladas rock. Sino que, más bien, la banda mantiene ciertas configuraciones que venía practicando en sus entregas anteriores, como el toque grunge en las guitarras, mientras es capaz de ofrecer una aproximación más suave; algo que, de entrada, puede sonar paradójico. Quizá la clave aquí esté en cómo el grupo supo jugar con los tempos y las dinámicas de los temas, pero el resultado se antoja verdaderamente curioso; ofreciendo un LP que abarca un abanico de matices inaudito para el grupo, al menos hasta la fecha.