Si nos paramos a pensar en la evolución que ha seguido
Bon Iver en su trayectoria musical, uno se da cuenta del progreso que ha habido, sobre todo, en el modo de afrontar la producción artística de sus discos. De la desnudez acústica de “For Emma, Forever Ago”, de su sinceridad y crudeza, al toque experimental de “22, A Million”, su nuevo disco de estudio; un álbum que coquetea exageradamente con la programación de secuencias para construir canciones sobre un núcleo que, en esencia, tampoco difiere mucho de lo que vimos en aquél primer álbum. Esto, que a priori no suena nada mal, está sirviendo para que muchos de los seguidores que se engancharon con su primer álbum, y permanecieron junto al artista en su segundo LP, empiecen a mostrarse algo reticentes a aceptar la inclusión de elementos menos ‘orgánicos’, vamos a decir, en esta nueva entrega.
Y en nuestra opinión, creemos que éste es uno de esos casos en los que hay que mirar más allá de los árboles para poder apreciar el bosque; no perderse en ellos, sino abrir la mente y apreciar la amplitud del conjunto. Es decir, que uno debe hacer un ejercicio de apertura mental, para poder aceptar temas como "715 - CRΣΣKS" –más propios de artistas como Imogen Heap-, y poder apreciar la melodía que subyace. Sin embargo, hay otras canciones, como “22 (OVER S∞∞N)”, en las que se hace más evidente la conexión entre esta nueva versión de
Bon Iver y aquella que conocimos en 2007 con su primer disco. Es decir, en esencia, da la impresión de que el esqueleto de las canciones –o de la mayoría de ellas- funciona del mismo modo que funcionaba en los dos discos anteriores –fíjate en “29 #Strafford APTS"-, aunque, a la postre, estos esqueletos hayan sido vestidos con diferente ropaje, o, en ocasiones, hayan desarrollado diferente musculatura.
Así, sorprende que un artista con un sonido tan peculiar como el de “For Emma…”, decidiese romper el hilo más o menos continuista (pero seguro) que mostró en “
Bon Iver ”, su segundo LP. Aunque, al mismo tiempo, creemos que es un movimiento reaccionario en contra de su propio éxito. Es decir, una reacción a tiempo para evitar tener que llevar a cuestas una etiqueta que, más adelante, pudiera encorsetarle en un estilo muy concreto. Similar a lo que otros artistas, como
Green Day o
Nirvana –salvando las diferencias y las distancias-, hiciesen en sus respectivos momentos. No en vano, el propio Justin Vernon ha manifestado en alguna ocasión que este proyecto, quizá, no dure muchos años. Dicho de otro modo: hay una firme voluntad de evolucionar y no estancarse, de permanecer en el lado contracultural de la música, y no sucumbir, siquiera, al legado de sí mismo. Algo digno de admirar, dicho sea de paso. Se intuye cierto poso inconformista.
Mención especial merece el apartado lírico. A poco que prestes atención al mismo, te vas a dar cuenta que, de nuevo, Vernon vuelve a desnudarse en sus canciones. Vuelve a hablarnos de inseguridades y de miedos. Quizá no de un modo muy explícito, pero sí de una forma que todo el mundo pueda entender. Frases directas, simples, casi como reflexiones soltadas al vuelo, sin pensarlas demasiado; tan al vuelo que, en ocasiones, guardan cierto hermetismo. Versos que encajan perfectamente en un planteamiento musical que juega a construir canciones en base a secciones definidas por secuencias muy bien descritas a base de programación. Un estilo que nos ha recordado a
Bleachers , pero con un planteamiento menos cargado de arreglos y, en ocasiones, aparentemente más caótico; algo que vas a ver perfectamente ejemplificado en el tándem que forman "21 M♢♢N WATER" y "8 (circle)", dos cortes que bien podrían ser un mismo tema, que parecen tener vida propia, que se descontrolan y divagan hasta dar con una sección final maravillosamente reposada y melódica.
No nos cabe la menor duda de que, a su modo y en el corazón de su esencia, “22, A Million” es un digno heredero de lo que fue “For Emma, Forever Ago”. Un álbum para reposar y repasar. Un disco que te sacudirá de las maneras menos esperadas. Todo un viaje.