Vamos a proponer un juego mental. Piensa en la primera palabra que te venga a la mente al leer la siguiente palabra: punk. ¿Te ha venido el término “rebeldía” a la cabeza? Enhorabuena, formas parte de la mayoría que, como tal, no puede equivocarse. Y hasta aquí la ironía en esta reseña.
Algo más divertido es hacer inventario de cuántos artistas nos caen mal. Como, probablemente, así os caerán estos catalanes sureños. El nuevo lanzamiento de Crim -segundo largo de los de Tarragona-, está lejos de querer hacer amigos y muy cerca de tirar por la borda ese concepto de rebeldía que tanto se manosea y denigra bajo el paraguas del punk. Aviso para navegantes: si tienes la piel muy fina, no crees que esta larga crisis económica es una estafa y, por otro lado, sí crees que votando cada 4 años se va a solucionar, descarta “Blau Sang, Vermell Cel”. Vamos, que este es un disco político. Quizás lo consigan convencerte si eres de derechas, un proselitista de los ayuntamientos del cambio, o un feligrés del Procés, pero no sin una buena bronca. Este disco es antipático, incómodo y no repara en gastos para hacerte sentir un inútil social, a la par que un cómplice de un sistema abyecto. Consigue hacerte sentir ridículo por su discurso y por su manera inapelable de vestirlo con punk rock sin más explicación. Los matices, contrastes y herramientas para que el conjunto sea personal y con pedigrí, llegan también a través de su planteamiento instrumental: punk rock de medio tiempo, más pesado que tupa-tupero, y con muchos solos de guitarra. ¡Vota a los Crim!
Aunque, visto de otro modo, la crítica es la razón de ser de este disco. Crim contagia las ganas de tirarse los trastos a la cabeza, haciendo hincapié en esa parte del cuerpo. Se han exprimido los sesos para que las palabras se claven en las quintas de guitarra y el resultado sea una secuencia imposible de pausar. Se escucha de cabo a rabo para, después, darle al coco y morirse de ganas de visitar a Crim en concierto y decirles que por qué no se miran al espejo. ¿Quién eres tú para meterme este repaso? Todo lo que escupen va al oyente. Para su “target”, la é
lite económica y los lobbys políticos están más que detectados y llega el turno para el progre insulso y el electoralista conformista. Así que ahí van 45 minutos de ataques al optimismo banal, al odio racial del penúltimo hacia el último en la escala social, al machista que enarbola el “ni uno menos”, al que cree que el rock and roll es pasearse por el backstage con una chaqueta tejana y capucha, o al concepto de que vivir es simplemente seguir respirando. Y lo hacen porque saben que cuanto más fracasa la sociedad de a pie, trabajadora, pobre y desempleada, mejores van a ser los discos de Crim. Toda una paradoja que sella la magia de uno de los mejores discos del año, sin ninguna duda. Un pez que se muerde la cola, o sea, un círculo: un disco redondo.
Y tranquilos, que hay respiro entre las guantazo y guantazo: solos de guitarra que te hacen sentir dentro de una multitud que se alza haciendo “air guitar”, entre anti-disturbios y fuego, imitando las piezas de guitarra de Adrià y Quim. Estribillos que hacen muy agradable el difícil trago de decir “benvingut enemic, benvingut al fracàs”. El disco es un ‘espabila’ que ya quisieran muchos candidatos morados. Y poco más que decir, punk rock del que deseas y pides. Del que, como bien ha expresado Crim en sus LPs, se pelea. Si no, desaparecerá junto al resto de cosas que no sean, simplemente, respirar. Ahí está el punk: el reto de hacerlo bueno o malo según la lucha del público/sociedad. Crim quiere que le des la vuelta a la tortilla y les digas “este disco es una mierda”: para ello, hay que cambiar las cosas. Impugnar este sistema. Y eso empieza por uno mismo. Qué provocativo, qué polémico y qué incómodo. Insistimos, qué punk.