Keith Buckley fue padre durante la grabación de este disco. Parece evidente que el nombre del mismo va dirigido a ese capítulo vital, pero las letras, sin embargo, van por otros derroteros; y “Low Teens”, por aquello de contrastar, empieza hablando de la muerte. Una valiosa pista -no es coña- ante la complicada tesitura de explicar lo que nos ha parecido este disco de
Every Time I Die. Una vez más, la banda parece haber cogido el LP anterior para sacarle un poco más de jugo y publicarlo como uno nuevo. Han mirado de frente a la muerte metafórica, al final, y han dicho algo así como “hoy no se acaba esto”. Esto no es malo, ni mucho menos. Siempre, y hasta el momento, se les ha ocurrido otra vuelta de tuerca para su sonido. Importa bien poco cómo hacen tan bien lo suyo, aunque no haya muchas diferencias en cada entrega. Si el camino hasta la muerte son días repetidos,
Every Time I Die los desafía con una sensación de romper lo normal, lo rutinario, y se palpa.
Cada canción de “Low Teens” es un ejercicio de (gratificante) extenuación, una paliza a un ya excelente tema que, no dejándolo acabar, saca a relucir su lado más bestia y arrinconado. La banda provoca a sus propias canciones, pero las hace naturales, aunque tensas, al mismo tiempo. Al post-hardcore le pedimos tensión, pero es muy complicado explicar cómo, sencillamente, queriendo hacer un buen disco de este género, salga un trabajo tan capaz de atraer a la estridencia, a la desesperación, a la violencia y a la ironía más macabra. “Low Teens” es sueño y pesadilla a la vez. Un cómplice de empujones irresistible, uno de esos materiales musicales que tienen identidad, cuerpo y expresión allá dónde se escuche. Se le echa de menos cuando no se tiene ese momento para escucharlo. Es de esos discos que hacen que te dé rabia estar con gente de carne y hueso. Hoy no quiero salir, quiero encerrarme en la habitación y escuchar “Low Teens”.
Como la Medusa de la mitología, de la cabeza de Buckley y los instrumentos de sus compañeros, surgen mil maneras de petrificar. “Cuando todo lo que soy es una piedra que dice el nombre que tenía y la edad que había tenido”, canta en “Religion of Seed”. Se nota que Buckley es un incesante escritor, hoy día novelista publicado y guionista de la plataforma Comedy Central. Este disco tiene todo lo que se le presupone, y deja el listón bien alto: potencia, experimentación y saber hacer que lo melódico sea algo natural y que implique a toda la banda, no algo metido con calzador. ¿Qué hay que meter una voz al azar que cante estribillos?... pues le das un toque a Brandon Urie de
Panic! At The Disco , sin problemas. Así, con “It Remembers” abres una puerta a más público y cambias de tercio en el disco, iniciando una segunda mitad que te deja a un dedo de ponerte a gritar en plena calle. Atentos al clímax del tema que mencionábamos antes, “Religion of Speed”. Cuando parece que va a acabar, la banda le pide más y llega enorme a su punto final. Lo que no te mata te hace más fuerte, piensas, y empalmas con el siguiente tema. Escuchar “Just as Real But not As Brightly
Lit ” a toda castaña una mañana que se ha madrugado en contra de tu voluntad, es una experiencia para apuntar.
Ese es el secreto de la banda: ofrecer un nuevo matiz a su carrera, a sus conciertos y a sus discos a partir de sus señas más rutinarias y conocidas. Con el saber hacer suficiente para que parezca fortuito y esporádico, cogen a su criatura y la mueven un poquito entre sus manos. Dan luz a las canciones, y las gestan con dolor, paciencia y amor. De alguna manera, además, convencen -mediante un estilo muy atractivo y potente- de que cada tema es redondo, con su evolución y personalidad propia, y todo ello sin emplear recursos imposibles. Más bien, y no con menos mérito, con una tralla diáfana y concreta que parece lo más posible del mundo. Solo de pensar que el siguiente LP será una vuelta de tuerca extra de estos músicos a este disco, la espera se antoja ya larguísima. Y no será porque “Low Teens” no tenga pilas para muchas, muchas escuchas. Imprescindible.