Bowling For Soup son una de las bandas de punkpop que menos ha cambiado a lo largo de los años. Así, mientras algunos de sus coetáneos han ido diluyéndose, se han disuelto –aunque no lo digan de un modo claro-, o han cambiado tantos miembros que del grupo original apenas queda ni el Tato,
Bowling For Soup llevan más de 20 años igual. Pero igual en todos los sentidos. Quizá un poco más canosos, con algún kilillo de más, pero nada importante. Lo principal, la música, sigue siendo exactamente la misma: punkpop desenfadado, con altas dosis de humor, y con muchas ganas de pasarlo bien, y, especialmente, de hacerlo pasar bien a todos los que quieran escucharles o verles en directo.
Bowling For soup tienen eso, la habilidad de proveer de algún que otro temazo en todos sus discos, pero, además, de ser capaces de ofrecer un directo sólido, sin necesidad de apoyarse en artificios ni en florituras que poco tienen que ver con las canciones.
Pero hay un problema con todo esto. Está muy bien lo que hacen, y está muy bien que sigan haciéndolo del modo en que lo hacen, que no caigan en las redes del punkpop más moderno y plastificado, y que se sigan manteniendo en su línea -porque esto les asegura un hueco entre todo el ruido circundante-, pero, sobre todo, porque mantienen la personalidad intacta. Ahora bien, pegarse 20 años haciendo exactamente lo mismo es complejo, básicamente porque no aportan nada que pueda atraerte hacia sus nuevos discos. Bueno, nada no, porque siempre nos queda el aporte fresco de letras descaradas y desenfadas y, como decíamos, algún que otro temazo que incorporar a la lista de canciones que ya podríamos considerar como clásicas en el repertorio del grupo. Pero claro, es complejo, porque cada vez les resulta más complicado llegar a igualar canciones como “Punk Rock 101”, “Emily”, “Girls All The Bad Guys Want”, “Almost”, “1985”, etc. Sin embargo, mantienen una especie de velocidad de crucero que, salvándoles de caer en lo mediocre o en las medias tintas, siempre acaba asegurándote un buen rato.
El principal problema de esto, es que al final vas quedándote con los discos que más canciones tienen como gancho. O, a veces, ni eso, y sólo vas guardando en tus listas algunos singles y pelotazos perdidos en cada álbum. Así, en el caso de “Drunk Dinasty”, aun manteniendo su siempre bienvenido toque personal, la banda ha bajado el pistón en todos los sentidos en comparación a su anterior LP, “Lunch. Drunk. Love”. El disco, salvo en momentos como “Shit To Do” o “She Used to Be Mine”, por poner un par de ejemplos, es bastante monótono. Suena más descafeinado que otras entregas, y hace que pierdas la atención con facilidad.
Y esto nos lleva a pensar que, quizá, la banda sí debería plantearse hacer algo diferente. Y lo curioso es que no estamos diciendo nada del otro mundo porque, de hecho, el grupo ya lo hizo en entregas de hace algunos años. Incluso en sus discos más conocidos, como “Drunk Enough to Dance”, visitaban terrenos sonoros que se alejaban algo del punkpop más tradicional, por decirlo de algún modo, y les sentaba de maravilla. Y sin complicarse demasiado la existencia, eran capaces de producir canciones como “Almost”, un temazo muy orientado al pop que ha pasado a ser un imprescindible de sus conciertos. No queremos decir con esto que deban ir a hacer cosas más pop, ni mucho menos, sino que, básicamente, han demostrado que, cuando quieren, pueden salirse un poco del tiesto, sonar algo más variados, y ofrecer estribillazos que se te quedan pegados en el cerebro durante días.