El tiempo pasa demasiado rápido; tanto, que cuando quieres darte cuenta,
The Flatliners ya han cumplido 15 años en activo. Y, al contrario que sucede con otros grupos, los canadienses tienen clara una cosa: quieren evolucionar. Independientemente de que el resultado pueda escaldar más o menos a sus fans, especialmente los más antiguos, e, incluso, independientemente de que la cosa funcione de cara al público. Da la sensación de que ellos tienen una intención concreta, y no les importa lo que vaya a caer en el camino para seguir sus instintos. De este modo, lo que nos encontramos en esta nueva entrega de
The Flatliners , es un álbum que ha dado un volantazo considerable en cuanto al sonido del grupo se refiere, y eso, nos da la sensación, puede que consiga polarizar a sus seguidores –eso si algunos no se quedan, directamente, en el camino-. Nos da la impresión, también, de que este disco no va a admitir medias tintas. O lo disfrutas, o no.
Es cierto que quedan muchos elementos que resultarán reconocibles para los seguidores del grupo. Es decir, no estamos ante un álbum rupturista con los anteriores –o no de un modo radical-, pero el viraje hacia un sonido alternativo con toques, incluso, más pop, es muy evidente. Las guitarras se han suavizado, suenan más limpias, y la producción se ha enfocado desde un punto de vista más estándar, en lo que viene refiriéndose a lo que podríamos entender como el estándar del rock alternativo de la actualidad. Algo que, en general, da la sensación de alejarles del punkrock que les vio nacer. La querencia por el indie-rock de grandes festivales se hacer palpable, y el ablandamiento del sonido, por decirlo de algún modo, también. Pero eso no supone un problema en sí mismo, el problema que hemos encontrado nosotros es que el álbum no acaba de engancharte lo suficiente, como sí lo hicieron otras entregas anteriores.
Pero hay buenas canciones, tampoco vamos a negarlo. Cuando el grupo entra de lleno en el terreno más pop-rockero, como ocurre en “Indoors”, muestra que podrían ser capaces de plantar cara a todas las bandas de indie-rock de moda, sin problemas. Y de hacerlo tan bien o mejor que ellas. En este sentido, “Unconditional Love” sigue un planteamiento similar, pero jugando con las dinámicas a adentrarse en un terreno que cabalga entre el powerpop de
Weezer y el punkrock que hacían ellos mismos hace unos años. No obstante, es evidente que hay momentos en los que cuesta reconocer a la misma banda que, tiempo atrás, compuso temas como “The Calming Collection”. De todos modos, insistimos: el problema no está en el giro estilístico, sino en la inconsistencia que desprende el álbum. Es algo difícil de describir, pero fácil de resumir: al poco gancho que te genera tras varias escuchas, hay que sumarle que, al margen de algunos temas más destacables, como los que ya hemos descrito, no hay canciones que destaquen demasiado, ni que te hagan querer regresar al álbum; y la sensación que se te queda es la de una versión bastante descafeinada de lo que podría ser, como de querer y no poder, dando la impresión de estar escuchando a un grupo lidiando consigo mismo para intentar mantener algo de frescura en su sonido. Como un primer intento para tratar de salirse del corsé del punkrock y evolucionar hacia un sonido que les haga más accesibles y, quizá, atemporales. El problema es que ya hay bandas, como
The Menzingers , que lo han hecho bastante mejor, así que habrá que esperar a un futuro para ver cómo evolucionan las cosas.