Tal y como escuchábamos decir a alguien hace un tiempo,
Frenzal Rhomb es uno de esos grupos que, aunque llevan la tira de tiempo haciendo música –y con bastante gracia, por cierto-, no acaban de tener una mayor presencia dentro de la escena punkrock a nivel internacional, pese a que poseen todo aquello que les podría convertir en referencia. Y no porque no hagan méritos para ello, todo lo contrario, sino más bien por puro desconocimiento. Y francamente, que haya gente que se considere amante del punkrock melódico y no tenga idea de quienes son, tiene lo suyo. En cualquier caso, oye, nunca es tarde para descubrirles. Incluso aunque estemos en 2017, lleven 15 años en esto, y este sea noveno disco de estudio.
Sin embargo, si eres de los que les tienes fichados desde 1992 (o desde cuando sea), y te estás preguntando si en esta nueva entrega, titulada “Hi-Vis High Tea”, van a seguir sonando igual de divertidos que siempre, con ese punto de acidez que caracteriza sus letras, hemos de decirte que sí. Totalmente. Es posible que, si te pones a analizar el álbum y lo comparas con sus primeros trabajos, vayas a encontrar algún que otro detalle que, igual, no acabe de encajarte –a nosotros no nos ha desencajado nada, a decir verdad-; pero, al margen de ello, y del sonido en sí mismo -15 años dan para muchas mejoras-, la banda suena tan afilada como siempre, aunque eso sí, incluyendo ese aspecto melódico que tanto les caracteriza, y que vas a poder comprobar en temas como “Classic Pervert” o… qué demonios, los 20 temas que componen el disco. Sí, 20 temas, aunque la duración del álbum sea de apenas 35 minutos. ¿Que cómo lo hacen? Muy sencillo, rondando una media de minuto y medio por canción. Esto, lo que nos proporciona es una sensación de frescura tremenda. Meter 20 canciones en algo más de media hora implica concreción y saber hacer, yendo directos al grano, sin desperdiciar tiempo. Y lo que más nos gusta del grupo, y del disco, es ese sexto sentido ultramelódico que muestra. Canciones como “Ex Pat” poseen estribillos tremendo, de veras. Absolutamente perfectos, con ese enfoque veraniego que nos hace recordar, ojo, a bandas como
Lit , pero eliminando todo el aspecto más plasticoso de una producción más pop. Si a esto le añades la velocidad de algunas partes del disco, y lo políticamente incorrecto de sus letras, el coctel resultante es, sencillamente, brutal. La banda, además se permite licencias como la steel guitar de “Don’t Cast Aspergers On Me”, que le da un toque country la mar de curioso al tema. En conjunto -y esto, si eres seguidor de la banda, no va a sorprenderte mucho-, el disco continúa con ese deje que el grupo siempre ha mostrado, y que nos trae a la mente, también, a grupos como
NOFX en su mejor versión.
También hay lugar para momentos más inclinados al punkpop noventero, ese que miraba hacia el punkrock de la época. Es el caso de “The Black Prince”, un tema que, sin quererlo, va a traerte a la mente escenas que te trajeron otras bandas en los años 90 (otro ejemplo es “Everyone I Know Has Mental Problems”). Son australianos, pero cualquiera podría decir que se criaron y crecieron patinando y surfeando en el sur de California, sobre todo por el modo en que crean su mezcla personal entre el punkrock melódico, el hardcore e, incluso, el rock alternativo. Vamos, que, resumiendo mucho, estamos ante un álbum que llega en el mejor momento del año, a las puertas del verano, que ha sido producido por Bill Stevenson en los estudios Blasting Room y que, francamente, nos hace recuperar le fe en el género. Brutal, de verdad. Totalmente recomendable –por no decir imprescindible-.