Como quien no quiere la cosa, en este 2017, se cumple el décimo aniversario del disco que, por así decirlo, puso a All Time Low en el punto de mira. Era su segundo LP, “So Wrong, It’s Right”, y estaban en ese momento dulce en el que toda banda, en algún momento, quiere estar: a punto de dar el gran salto. Como decimos, diez años después –y cuatro discos más tarde-, la banda celebra, de algún modo, este aniversario con la publicación de otro disco. ¿Coincidencia? Pues seguramente. Ni que decir tiene que, en estos diez años, las cosas han cambiado un mundo -bueno, en realidad, todos hemos cambiado, para qué vamos a negarlo-, y podemos decir que el grupo ya no es el mismo que era en aquél momento. Ninguna banda lo es después de diez años –o las que sobreviven a ese lapso de tiempo-, y quien más o quien menos ya conoce la odisea del cuarteto de Baltimore.

Con su anterior disco, “Future Hearts”, superaron el que fue, probablemente, el bache más grande de su carrera. Era una cuestión de ganar o perder. “Dirty Work” les había situado en una muy mala posición, y “Don’t Panic” no acabó de resucitarles del todo; de modo que, ante esa situación, la banda tomó la decisión más compleja, pero, a la postre, la más honesta: dejarse de medias tintas y tirarse, de cabeza, al pop rock. Y aunque algunos añoramos el sonido de “So Wrong, It’s Right” o, incluso, “Nothing Personal”, es evidente que aquello queda demasiado lejos, y que la banda, en principio, no parece que vaya a volver sobre sus pasos. De este modo, y tras el viraje de “Future Hearts”, nos llega “Last Young Renegade”, un álbum que nos genera sentimientos encontrados. Un disco con un predecesor que, por las razones que expusimos en su respectiva reseña, supuso una resurrección muy digna pero que, al final, ha resultado ser mejor de lo que hubiera cabido esperar, y “Last Young Renegade” no alcanza el nivel que la banda logró en aquella entrega. El grupo, sin embargo, opta por una vertiente mucho más comercial. Se antoja casi como su segundo asalto al mainstream tras el fallido “Dirty Work” –aunque, esta vez, de la mano de Fueled By Ramen, subsidiaria de Atlantic Records-. Y tomado como tal, el disco gana enteros. No es que vaya a ser nuestro disco de cabecera del grupo, ni de lejos, pero si, por ejemplo, la banda hubiese sido capaz de componer este mismo disco cuando compusieron “Dirty Work”, otro gallo les hubiera cantado. Claro que, quizá en aquél momento, el movimiento orquestado fue demasiado precipitado.

Estamos, pues, ante un álbum de pop con el toque que puede darle All Time Low. No es un giro como el que ha protagonizado, por ejemplo, Paramore , pero el movimiento hacia el pop rock más actual, cargado de electrónica, es más que evidente. En este sentido, a los fans ya no les pilla de improviso, y ateniéndose a los baches por los que atravesó la banda en su momento, puede llegar a ser, incluso, bien recibido. Y es curioso, porque, aunque el sonido del disco está cargadísimo de detalles y arreglos provenientes del tipo de sonido al que aludimos, en algunos temas aún puede percibirse un núcleo que recuerda, incluso, a discos como “Nothing Personal” –“Nice2KnoU”, es un ejemplo de ello-. No obstante, para nuestro gusto, hay demasiada parafernalia. Es volver a llevarse algo que sonaba bastante sincero hacia terrenos muy prefabricados y genéricos, aunque en temas como en “Life Of The Party” la fórmula funcione a las mil maravillas. No es el tipo de canción que vayamos a escuchar una y otra vez, pero podría estar rivalizando, tranquilamente, con los artistas más punteros del género. Incluidos, ahora sí, Linkin Park.

Desconocemos si estos virajes en el sonido tienen una intención u otra, pero lo que nos parece cada día más evidente es que responden a dos cosas: la primera, una cierta crisis de identidad; y la segunda, la necesidad de adaptarse a una serie de tendencias -nos guste más o menos-; algo que, seguramente, les da cierto margen para seguir captando la atención de los más jóvenes.