Ponerse a escribir una opinión de un disco como el que nos ocupa esta reseña es complicado, especialmente si se hace con carácter póstumo; pero también porque se trata, no vamos a negarlo, de un disco que ha acarreado consigo una importante polémica debido, sobre todo, al giro estilístico de
Linkin Park. Y no significa esto que uno, ahora, vaya a dejarse llevar por el impacto que supuso conocer la noticia del fallecimiento de Chester Bennington -de modo que eso pueda condicionar la opinión del álbum-, sino porque algunas de las letras que aparecen en él son verdaderamente reveladoras, sobre todo después de haber visto cómo ha sido el desenlace de todo esto. Y cuidado, porque bien podríamos decir lo mismo de álbumes como “After Laughter” de
Paramore , o “That’s The Spirit”, de
Bring Me The Horizon , ya que en ambos casos podemos hallar letras muy explícitas, que hablan sobre depresión, ansiedad y, en general, problemas que tienen que ver con la mente e, incluso, las crisis existenciales. ¿La diferencia? Que, por fortuna, gente como Hayley Williams u Oli Skyes siguen con nosotros.
Y hablando de esas dos bandas, bien podríamos decir que “One More Light” sigue un enfoque parecido. Es decir, que se trata de un disco rupturista con el pasado del grupo. Bien es cierto que
Linkin Park lleva años coqueteando con el pop comercial y la electrónica de un modo evidente. Es más, la electrónica es un elemento que forma parte de su ADN musical. Ahora bien, el enfoque que decidieron dar a este nuevo LP es muy distinto a todo lo que han hecho con anterioridad. Así, y del mismo modo que hemos visto en los casos de
Paramore o
Bring Me The Horizon (por seguir con los mismos ejemplos, salvando las distancias), los fans de
Linkin Park se han polarizado totalmente. Y es comprensible. Vaya, que en ocasiones nos da que es, incluso, deseable. Nunca se puede contentar a todo el mundo, y eso no debe condicionar las decisiones que tome una banda. Si en un momento determinado se decide tomar un rumbo bien definido, hay que hacerlo a toda vela. En este sentido,
Linkin Park se dejaron de medias tintas, y entregaron un disco de pop. Ni rastro de un-metal, ni de rap (salvo por algunos fraseados). No más gritos. Melodía y bases electrónicas pre-programadas por doquier. Una tremenda decepción para los que se ilusionaron con “A Thousand Suns”, y casi una alegría para los que, a lo largo de los años, se han ido enganchando a artistas pop, para quienes este disco supone una reinvención que, probablemente, rescate a
Linkin Park de convertirse en una banda anclada y sostenida por la melancolía y lo que un día fueron.
No vamos a negarlo. Nosotros preferimos su anterior sonido, pero si intentamos tratar este disco de un modo aséptico y con la mente fría, no es tan terrible como pueda parecer en una primera escucha. Puedes definirlo como gustes, pero si, como decimos, tratas de aislarlo, es posible que encuentres cosas que tengan sentido. Sí, en un primer momento nosotros también creímos que lo mejor hubiera sido cambiarse el nombre, pero… ¿quién dice que una banda no tiene derecho a reinventarse por completo manteniendo el nombre y abrazando su propio legado –siempre que su formación no sufra por ello-? No seremos nosotros. Podrá gustarnos más o menos, pero respetaremos la decisión del grupo.
Por desgracia, nunca sabremos cómo habría evolucionado la banda a partir de este nuevo enfoque. Si, quizá, hubiese habido abandonos de algunos miembros (estamos pensando en los guitarristas y su nula presencia en este álbum), o si se hubiesen reinventado todos por completo. Nos quedaremos con el mismo tipo de incógnita con las el que nos dejaron bandas como
Nirvana tras la muerte de Cobain. Sólo nos queda disfrutar del legado que nos dejan y, por qué no, de temas como “One More Light”, un baladón importante. Un tema que, justo ahora, te desgarra por dentro y te deja echo jirones.
Que cada uno escoja.