El problema que existe cuando una banda trata de explicar lo que hace, y lo plantea como si fuese un cambio importante con respecto a lo que ha venido haciendo a lo largo de su carrera es, precisamente, que uno espera eso: cambios sustanciales. Y es posible que los haya, pero de entrada se antojan más como algo puramente estético que otra cosa. Lo cual, técnicamente, es un cambio, sí, pero ya sabéis lo que queremos decir… No importan los nombres que haya involucrados en un proyecto. Da lo mismo si Ross Robinson está a los mandos o no. Si las canciones no transmiten nada sustancialmente distinto a lo que el grupo ha sido capaz de transmitir en todos estos años, es que estamos en las mismas. Quizá el envoltorio sea distinto, pero lo que hay dentro es lo mismo.
“The Canyon”, que es como se titula este nuevo disco, adolece de eso, entre otras cosas. Es un álbum demasiado plano, con momentos predecibles y muy extenso, demasiado largo. Empezando por esto último, tenemos la impresión de que con 7 temas menos, la selección final hubiese ganado en concreción y, sobre todo, la banda podría haber dicho exactamente lo mismo con menos canciones, y eso que el mensaje, o los mensajes, son potentes, tocando temas personales como el suicidio de un amigo, o, incluso, una tímida incursión hacia la crítica política. Sin embargo, hay elementos interesantes, no vamos a negarlo. La banda parece haber querido experimentar con diversos estilos, que pasan, incluso, por el rock alternativo, el post grunge y la psicodelia. El problema es que muchas de las canciones acaban desembocando en estribillos sin sustancia, que recuerdan vagamente a otros estribillos del pasado, pero más descafeinados. Un ejemplo sería “Rise Up Lights”, un tema que se va construyendo en base a unos versos iniciales muy sugerentes, pero que mueren en un estribillo sin chicha, algo que te deja con una sensación de quedarte a medias, porque canciones como ésta dejan entrever un potencial muy bruto que no acaba de explotar.
Por otro lado, es muy loable que una banda como
The Used , con un bagaje como el suyo –que, suponemos, debe suponer un lastre al tiempo que una bendición-, intente separarse de aquello por lo que todo el mundo sigue etiquetándoles como una banda-emo-de-los-2000. Ya hicieron un buen intento en “Lies For The Liars”, probablemente mejor disco que “The Cayon”. Y el problema es que, desde entonces –y aunque en aquel álbum apuntaron una dirección muy interesante-, no han acabado con dar con la tecla que ahonde en aquella intentona, y eso que han pasado ya cuatro discos si contamos este último y un total de 10 años. También es verdad que, de algún modo, en todos estos álbumes, la banda ha ido salpicando detalles que recuerdan a los vértices más afilados de “Lies For The Liars”, pero les falta riesgo, y “The Canyon” no es la excepción. La utilización de los estribillos más predecibles y melódicos a modo de redención antes secciones previas más caóticas, sólo nos da a entender la existencia de cierto temor a volver a desatarse como la ocasión, quizá, lo merecía.
“The Canyon” es, pues, un álbum complejo. Más de lo que parece. Con algún que otro acierto, pero también con aspectos que nos han dejado a medias y algo decepcionados. La realidad es que se nos antoja más como el primer paso hacia una reconversión más madura, un catálogo de muestra sobre el que, de algún modo, la banda acabará decidiendo qué dirección tomar. Pero eso, al fin y al cabo, es nuestra interpretación. El tiempo dirá el resto.