Muchos recordaréis a
Hawthorne Heights como una de las bandas que, allá por el año 2003, se erigió como una de las más representativas del ‘emo’ de aquellos años. Uno de esos grupos que, de algún modo, y desde aquella época, han luchado contra sí mismos y contra las etiquetas y prejuicios derivados de aquellos años, para tratar de llevar a cabo una evolución musical con cierto sentido. Y, dicho sea de paso, hay que remarcar que ese es un proceso realmente complejo, porque muchos de estos grupos acaban encontrándose en una especie de tierra de nadie de la que es complicado salir, especialmente si dan mucha importancia a la base de fans que aún pueden estar pendientes de sus movimientos 15 años después –cosa que, por otro lado, tiene todo el sentido del mundo-. En estos casos, el pasado supone una especie de lastre a considerar.
Sin embargo,
Hawthorne Heights optaron por ir abandonando todos los clichés que hicieron del emo de principios de los años 2000 algo tan pasado de rosca como lo recordaréis muchos, empezando por aplicar un giro a su planteamiento musical, optando por un enfoque más pop, más estándar, incidiendo en el aspecto pegadizo en sus estribillos, algo que te haga recordar sus temas y querer volver a darle una nueva pasada al disco. Y eso, en sí mismo, ya supone un éxito, porque romper con tu pasado como lo han hecho ellos con canciones como “Pink Hearts” no deja de ser un riesgo a considerar. Tal es así que muchos pensaréis que ésta no es la misma banda que conocisteis en el 2003 o 2005. Y lo cierto es que, si lo piensas bien, quizá no sea exactamente lo mismo. No obstante, el grupo mantiene algo que les sigue identificando como aquella banda, aunque sus temas ofrezcan un carácter muy distinto.
Sin embargo, y quizá en ese empeño de mantener algunas pinceladas que conecten con su pasado –como esos coros guturales en “The Perfect Way To Fall Apart”-, a veces suenan tan sumamente forzados, que lo mejor hubiese sido dejarlos de lado y no incluirlos en el tema e turno. Es en detalles como éste en los que se percibe un temor palpable a que la gente que se enganchó a ellos en los 2000, acabe por no escuchar sus nuevos temas, y lanzar este tipo de cebos pretende, tal vez, dar la sensación de que aún siguen siendo aquellos que fueron antaño. Insistimos, no es necesario –no, al menos, desde nuestro punto de vista-, porque en esta colección de canciones hay elementos consistentes como para captar la atención, aunque sólo sea por curiosidad, de los que se sintieron atraídos por otros motivos en sus inicios. Así, por ejemplo, las letras siguen siendo, muy probablemente, uno de los puntos fuertes del grupo, con el añadido de mostrar un punto más de madurez en los planteamientos.
Si a todo esto le sumamos el hecho de que hacía cinco años que la banda no publicaba un disco, la cosa parece tener más mérito. Insistimos en la idea inicial: debe ser tremendamente complejo tratar de evolucionar y seguir adelante cuando el pasado lastra y condiciona del modo en que lo hace en el caso de las bandas de emo de principios de los años 2000 –en realidad, es algo similar a lo que también les ocurre a muchos grupos de punkrock y punkpop, no nos engaemos-; así que salir más o menos airosos del trance es un punto a tener en cuenta de cara a futuras entregas. Y decimos esto porque, aunque consideremos que el intento tiene su qué, se queda en un terreno que no acaba de decirnos demasiado.
Se intuye la intención, pero falta mucho riesgo.