A estas alturas de la película no vamos a quejarnos demasiado del sonido de Panic At The Disco. Damos por hecho que jamás volverán a hacer algo parecido a “Pretty. Odd.”, ni siquiera a “Vices & Virtues”. Damos por hecho, también, que les va mucho mejor ahora de lo que les podría haber ido de haber tomado otros derroteros -como los que sugirieron en aquella entrega-, pero no deja de dar vértigo el pensar que hace diez años publicaron un disco prometedor, bien hecho, con muy buen gusto y que, sobre todo, anclaba sus influencias en el pop barroco de discos como “Pet Sounds”, “Sgt. Pepper” y “Odesey and Oracle” (salvando algunas distancias). Aquello, ahora, se antoja como un espejismo, y lo que Urie lleva entregando desde hace dos discos no tiene nada que ver con ese planteamiento. Más bien se acerca a cosas que están haciendo, por ejemplo, bandas como
Fall Out Boy , pero traído a su propio terreno.
Lo más curioso es que, en esta ocasión, con “Pray For The Wicked” es la primera vez que Panic At The Disco publican un álbum que suena muy parecido a su predecesor, la primera vez que ocurre esto, y podemos achacarlo, sin miedo a equivocarnos, al tremendo éxito comercial que obtuvieron con “Death Of A Bachelor”, su primer número 1. Claro que, zambullirse de lleno en el pop rock de tintes electrónicos más comercial, y haciéndolo de la mano de la gente y agentes adecuados, es hoy una garantía de éxito; algo más seguro que el hecho de ponerse a experimentar con el pop, el sunshine pop y el pop barroco de influencia sesentera y setentera, claro está. Lo que ocurre, como es lógico, es que el éxito comercial suele eclipsar al artístico. Se produce una curiosa paradoja y, donde se implanta la fórmula para arrasar las listas de ventas, el riesgo y la integridad artística se resienten –eso si no se diluyen-. Curiosamente, no obstante, hay canciones que, por su poso, y bajo una producción diametralmente opuesta a la que exhiben en este álbum, podrían haber encajado en el enfoque de “Pretty. Odd” o “Vices & Virtues”, como es el caso de “High Hopes”.
Por supuesto, como decíamos, Urie es libre de hacer aquello que guste, aunque ello implique, posiblemente, que nos estemos perdiendo a uno de los artistas modernos con mayor proyección y talento a la hora de crear discos con una base artística mucho más sólida. Su propuesta es totalmente predecible a estas alturas, aunque, por suerte, aún haya algún momento en el que el disco ofrezca detalles diferenciales con respecto a la tremenda cantidad de artistas que están, a día de hoy, haciendo algo parecido a esto. Al menos, hay algo de riesgo en cortes como “The Overpass”, donde se mezclan distintas capas de instrumentación que combinan sección de vientos con programación y percusión, todo bajo el tamiz del pop electrónico y bailón. En eso, no vamos a negarlo, Urie se ha convertido en un maestro. El modo en el que se combinan los recursos del género, junto a sonidos que, a priori, no serían esperables en este tipo de canciones, es algo que, como decíamos, le hace sonar con cierto toque de distinción –por no mencionar su voz, claro está-. Otro ejemplo de lo inesperado, esta vez por el modo de arreglar la canción, sería “Old Fashioned”, una canción diferenciada en dos secciones fácilmente separables, con algunos detalles inesperados. Sin embargo, también hay lugar para lo esperable, pero al mismo tiempo sorprendente, como la bonita “Dying in LA”, que cierra el disco; una balada arreglada en piano y sección de cuerda, con la voz de Urie como principal protagonista. Una sorpresa muy grata, y un cierre de álbum inmejorable.
No obstante, sigue sin convencernos. El lado más comercial y predecible eclipsa al resto de detalles y, como decíamos, el hecho de haber entregado hace diez años una obra como “Pretty. Odd.” es algo que, al menos a nosotros, va a condicionar cualquier disco futuro que venga de Panic at the Disco.