Que una banda que lleva 30 años grabando discos y tocando por todo el mundo, aún conserve su formación original, es algo digno de mención y, dadas las circunstancias y situaciones que vivimos en el día a dia, digno de estudio. Que, además, el grupo se haya mantenido en activo durante todo este tiempo, publicando canciones de un modo más o menos regular –aunque con fluctuaciones en el tiempo entre discos-, es algo bastante significativo. Máxime cuando el estilo musical practicado no es, precisamente hoy, uno de los más populares del momento. Sí, es cierto que el rock y el rock ‘n’ roll, pese a todo, son elementos que siempre han estado y siempre estarán ahí, pero entre eso, y poder vivir de ello, todos sabemos que hay un trecho bastante importante. Mantenerse en la brecha, siempre ha sido una árdua tarea para el músico de rock.
Sin embargo, y como decíamos, 30 años después de su formación como banda, los
Backyard Babies publican su séptimo trabajo discográfico, un álbum titulado “Sliver and Gold” que, en cuanto a estilo, no hace ningún tipo de concesión. En este sentido, el grupo es un seguro, una máquina fiable de la que sabes lo que puedes esperar, y en este caso entregan un disco rápido, furioso e inmediato. Sin embargo, la banda tiene un par de momentos más reposados, como en la balada que cierra el álbum “Laugh Now, Cry Later”, o “Sliver and Gold”, tema que da título al disco y que, sin ser necesariamente una balada, nos muestra una vertiente más melódica aún, y un enfoque más reposado. En cualquier caso, el álbum muestra una faceta melódiosa muy interesante. La banda, como decíamos, ejecuta los temas con contundencia, pero no se olvidan ni un segundo de la importancia de las melodías y/o las armonías en los coros.
Sin embargo, es imposible sacudirse de encima la sensación de haber escuchado esto unas cuantas veces. Es normal, y no es culpa de la banda. Este tipo de géneros, como ocurre con el punkrock, el punkpop o el hardcore melódico, son difíciles de estirar estilísticamente. No se puede pretender que una banda como esta trate de expandir sus horizontes sonoros sin sacrificar, precisamente, parte de su esencia (o sin caer en ese terreno blandengue que sería el AOR). De modo que el hecho de mantenerse en sus trece, y continuar entregando discos con una solidez estilística remarcable, inevitablemente genera esa sensación de deja vu, o de repetición… igual que como ocurre con
Bad Religion o bandas similares. Permanecer tantos años en el candelero tratando de mantener un núcleo estilístico intacto pasa factura.
Y no es que esto sea algo negativo per se, sino que es una consecuencia del modo de trabajar de la banda y algo que se debe tener en cuenta. Habrá a quién le guste que las cosas sean así, y habrá quien pierda el interés después de tanto tiempo. En cualquier caso, la importancia de que artistas como
Backyard Babies ,
Danko Jones y similares sigan publicando discos manteniendo una línea estilística concreta es, siempre, una buena noticia. Porque de alguna manera tenemos la sensación de que son un estímulo para que las nuevas generaciones de oyentes y músicos sigan expuestos, de un modo actual, a este tipo de sonido, y acaben formando parte de sus influencias o, al menos, despierten su interés por indagar en él. Pero sobre todo, porque son la prueva viviente de que, pese a todas las corrientes o modas y tendencias impuestas por la industria discográfica, hay quien sigue creyendo con fe ciega en lo que hace. Y esto es algo muy importante.