Casi sin darnos cuenta,
Teenage Bottlerocket está llegando como banda a esa franja de edad en la que un grupo puede empezar a ser considerado un clásico. La cuestión es que no tenemos esa sensación, aunque la realidad nos recuerda que el año que viene se cumplirán 20 desde su formación. Para más INRI, a finales de 2015 (año en el que, además, publicaron “Tales From Wyoming”), la banda sufrió el varapalo de perder a Brandon Carlisle, batería del grupo y hermano gemelo de Ray Carlisle, frontman del mismo, un amargo trago por el que transitaron con la publicación de un disco de versiones, con el que Darren Chewka se estrenaba en la batería, aunque éste –“Stay Rad!”- es el primer LP en el que debuta en la composición junto al resto de la banda.
Sin embargo,
Teenage Bottlerocket mantienen el espíritu y la esencia intactos. Quizá uno podría esperar una ‘maduración’ en su sonido –cliché donde los haya-, algo que refleje el paso del tiempo, de la situación vital como padres de familia, de los discos y de las tragedias personales, pero no. La banda mantiene su identidad como el primer día –algo que podrás comprobar, por ejemplo, en las letras-, y sigue siendo el mismo grupo de siempre, del que sabes, grosso modo, lo que puedes esperar. No obstante, parece que el grupo se ha planteado el desarrollo de las canciones de un modo ligeramente distinto al que nos tenía acostumbrados. Por ejemplo, en este álbum hay más cantidad de temas afilados, de esos que escapan al poso más melódico y armonioso, y que no entran tan fácil desde la primera escucha. En entregas anteriores, eran los menos, y sin embargo, ahora el equilibrio entre unos y otros es más claro. De este modo, se evidencian más las influencias de bandas como Misfits en canciones como “Creature from the Black Metal Lagoon” o “Night of The Knuckleheads”, temas que son algo más ‘difíciles’ de escuchar –precisamente por esa pérdida de inmediatez melódica-, pero que acaban revelando todo su potencial a poco que tengas un mínimo de paciencia. En este tipo de cortes, el grupo se posiciona desde un enfoque más oscuro y agresivo, por decirlo de algún modo, y lo pone en contraste con estribillos que recuperan el tipo de sonido más clásico de la banda, algo que, la verdad sea dicha, acaba sonando interesante y refrescante. Sin embargo,
Teenage Bottlerocket siguen entregando trallazos tan inmediatos como “I Wanna Be A Dog” que, curiosamente, fue uno de los primeros adelantos del álbum. A éste, podríamos sumarle canciones como “Death Kart” o “Everything To Me”, por poner un par de ejemplos más, y todo ello sin olvidarnos de hacer mención especial a “Little Kid”, todo un homenaje a Brandon Carlisle.
Estamos, como decíamos, ante un disco que mantiene la esencia del grupo intacta, como casi desde hace 20 años, y que genera un contraste más marcado entre los temas más afilados y los más melódicos, al mismo tiempo que tratan de acercarlos de un modo evidente, integrando ambos planteamientos, incluso dentro de las propias canciones. En definitiva es un buen disco que, por este mismo motivo que hemos expueso suena, quizá, más fresco que otras entregas, aunque con menor inmediatez que en álbumes como “Warning Device”. En cualquier caso, supone la confirmación de que
Teenage Bottlerocket han sobrevivido a la tragedia de perder a un hermano y amigo, produciendo un álbum del que, como ellos mismos comentan, Brandon se sentiría plenamente orgulloso, demostrando que siguen siendo capaces de trabajar el humor –en ocasiones negro-, lo absurdo –también lo no tan absurdo- y el desenfado. Y nosotros, por nuestra parte, estamos encantados de tenerles de vuelta.