Dice el refranero popular que las segundas partes nunca fueron buenas. Y la verdad es que hay algo de cierto en eso. Por supuesto, existen excepciones en casi cualquier ámbito que se te pueda ocurrir, pero por lo general suelen ser esas mismas excepciones las que acaban confirmando la regla. No decimos esto con la intención de comenzar esta reseña desde un punto de vista negativo, pero lo que es, es. No podemos engañaros. También es cierto que en “Backstage Passport 2” hay momentos y momentos, y que, en cierto modo, tampoco es verdad que sea un documental pésimo. Pero no vamos a engañar a nadie: en esta segunda entrega, NOFX ha perdido toda la frescura que se pudo observar en la primera entrega de esta saga; con el añadido de haber ahondado en aspectos que, más que entretener, acaban resultando preocupantes.

Quien más o quien menos –especialmente si eres seguidor de NOFX o te gusta el punkrock-, ha visto o ha oído hablar de las peripecias que se narraron en la primera entrega de Backstage Passport. Conciertos fallidos, promotores locales que desaparecían, policía, falta de orden y organización, estafas, drogas, alcohol y más alcohol… es decir, elementos que hacían que hubiese una absoluta ausencia de garantías mínimas para poder llevar a cabo de forma exitosa una gira como la que trató de llevar a cabo la banda en aquella época. Como resultado, el grupo, en esta segunda parte, trata de reparar aquellas situaciones volviendo a los lugares en los que les fue imposible llevar a cabo sus conciertos.

El resultado, en todos ellos, es bastante diferente a como lo fue en los primeros intentos, si bien es cierto que, al final, las condiciones de las salas o festivales en los que actúan no son las mejores -dicho sea de paso-, y muchas veces carecen, incluso, de las condiciones mínimas de seguridad que cabría esperar en caso de accidente o avalancha. No obstante -y eso les honra-, ellos cumplen su palabra: llegan, tocan y dejan a sus fans más o menos contentos.

Ahora bien, hay algo que, además de desprender cierto tufo a rancio –y de no resultar nada gracioso-, empieza a ser preocupante (como decíamos unas líneas más arriba). Es cierto que sustancias como las drogas o el alcohol siempre se han asociado al mundo de la música, y muy especialmente a determinadas escenas o estilos; así como es cierto que existen figuras importantes en la industria musical que son más conocidas por sus excentricidades o adicciones que por su talento o presencia sobre un escenario; pero no caigamos en que el mal de muchos se convierta en el consuelo de los tontos. Lo de Fat Mike es preocupante, y mucho. Verle meterse algunas rayas, o pasearse por las calles de Buenos Aires pegado a una botella de alcohol –o escucharle admitir su condición de drogadicto y alcohólico-, pudo tener algo de pintoresco y gracioso la primera vez, pero ahora resulta verdaderamente lamentable. Poder ver cómo es capaz de liarla en casi cualquier momento, incluso con sus propios compañeros, nos arroja una imagen bastante destructiva del frontman de la banda. Habrá quien le justifique diciendo -y es un dato cierto- que por aquél entonces estaba atravesando por un proceso de divorcio de su mujer, pero no estamos muy seguros de que eso sea una excusa. Verle sobre un escenario no siendo apenas capaz de mantenerse en pie o de tocar, e incluso verle orinarse encima mientras actúa, es algo lamentable. Verle desesperado por no poder obtener su dosis de coca, o alegre por el hecho de que algunos fans le regalen marihuana nada más desembarcar en el país, triste.

No decimos esto a modo de juicio hacia su persona, ni mucho menos. Ni juzgamos su consumo de drogas, al margen de que se dichas sustancias sean legales o no. Lo que pretendemos manifestar aquí es lo patético que resulta ver lo que se muestra en el documental, lo lamentable y triste que resulta –no queremos imaginar cómo serán las escenas que hayan sido excluidas-. Una conducta tan autodestructiva no es sostenible durante mucho tiempo, pero al margen de eso, no creemos que sea algo de lo que uno pueda enorgullecerse por mostrar en un documental, y sobre todo, no es justo que llegue a eclipsar es aspecto musical. No nos parece algo constructivo mostrarlo como si fuese lo más normal del mundo.

Quizá muchos, a estas alturas, os estéis preguntando por qué no comentamos nada más allá de la conducta de Fat Mike, y la respuesta es muy sencilla: porque en realidad, al margen de situaciones concretas que, al fin y al cabo, son muy similares a las que mostraron en la primera parte de “Backstage Passport”, no hay mucho más que comentar. Bueno, quizá sí: que la edición en DVD viene con un disco extra de contenido que quedó fuera de la primera entrega. Ahora bien, ¿ofrece algo nuevo al espectador? En absoluto, nada. No más allá de alguna anécdota escasa relacionada con la cultura local de cada país. Más allá de eso, no hay mucho que rascar.

Así las cosas, quizá la cuestión ahora sea saber si NOFX –al margen de sus planes de publicar una biografía escrita- tienen pensado publicar un “Backstage Passport 3” si, finalmente, algún día se deciden a salir de gira en India. ¿Nuestra opinión? Que si la cosa va a seguir por los mismos derroteros, mejor se lo ahorren.