Definir a una banda como
The Mars Volta es tan complejo como intentar explicar a qué sabe al agua o a qué huelen las nubes. Bueno… quizás no tanto, pero desde luego si hay un grupo inclasificable, esos son
The Mars Volta. Su discografía se caracteriza porque cada disco es un mundo aparte con respecto a los anteriores. Y esto es bueno, pero puede no serlo tanto, dependiendo de quien ponga la oreja, claro está. Cierto es, pese a todo, que han mostrado una tendencia hacia la experimentación y la construcción de minisinfonías, alejándose de cualquier retazo relacionado con el punkrock , el hardcore o el post-hardcore que hayan podido tener en el pasado.
El disco ha sido definido por el grupo como su disco acústico, y de acústico no tiene nada. Bien. Obviando el detalle, bajo mi punto de vista, tenemos delante al trabajo más digerible del grupo. Octahedron muestra melodías casi perfectas, menos caóticas, más centradas, acomodadas en instrumentaciones menos intrincadas, pero exhibiendo esos arreglos tan característicos de esta banda. El disco tiene un comienzo curioso, con una canción bonita, que comienza desde cero, desde el mismísimo silencio, hasta construirse por completo. Éste patrón, el desarrollar momentos de quietud para explotar partes épicas, es una constante, pero gracias a él, logran momentos únicos, en los que la piel se te pone de gallina, y melodías que sobrepasan sobradamente a las que desarrollaron en ‘The Bedlam In Goliath’. Y en medio de toda la experiencia sónica nos topamos con otro batería de diez. Y es que Thomas Pridgen logra unas bases rítmicas que son la esencia de todas las canciones del disco.
Octahedron, dentro de su accesibilidad y belleza melódica (ojo a la parte media de With Twilight As My Guide), sigue en la estela de sus predecesores. Así, exhibe los mismos ‘pros’ que alaban sus fans y los mismos ‘contras’ que critican sus detractores. De modo que… la decisión es tuya. Atención a Cotopaxi.