Cuando hablamos de música, es fácil volver al viejo debate acerca de qué es más importante, si la letra y su mensaje o lo que se puede transmitir con la música (o si vamos mucho más allá, lo que se lee entre líneas). Y en ese abanico que se abre cuando hablamos de esta cuestión, cabe casi cualquier posibilidad, sin excepción. Desde los que escuchan exclusivamente música instrumental; hasta los que aun escuchando música y letra, apenas prestan atención a ésta, pasando por aquellos que analizan el significado de una determinada letra y su coherencia o incoherencia (a sus ojos, claro) con las sensaciones que les despierte la música. ¿Y toda esta introducción para qué? Pues para recalcar, o intentarlo, un hecho que a estas alturas resulta demasiado evidente como para recordarlo: que la música, más allá de letras e idiomas, es un lenguaje universal. Y como tal, si está compuesta desde lo más profundo del alma, transmite aquello que pretende transmitir sin dejar ni un solo lugar a la duda. El mensaje, al final, se revela limpio, transparente y claro, como el agua. Sea éste el que sea.
Si tienes esto presente y te limitas a dejarte llevar por las sensaciones que despierte en ti esta nueva entrega en solitario de
Dustin Kensrue, más conocido como frontman de
Thrice, no tenemos ni una sola duda de que te va a producir las mismas sensaciones que nos ha producido a nosotros. Porque dejando a un lado el mensaje religioso que transmiten las letras (o no, eso ya depende de cada cual), la música y las melodías concebidas para este nuevo LP, titulado “The Water and The Blood”, van a hacerte sentir bien, en paz. Te van a sumergir en ambientes de gran belleza, dibujando paisajes dignos de los mejores momentos de
Thrice en su fase más melódica y experimental en según qué temas. Sin duda, Kensrue ha compuesto el que probablemente sea su mejor disco en solitario, y paradójicamente es el disco más religioso de su carrera. Sin tapujos. De cara y de frente. Presentando un nuevo modo de concebir la música religiosa, desde un punto de vista muy distinto al que cualquiera pueda imaginar, desde una aproximación que arraiga en el post-hardcore, el rock alternativo y lo experimental. Un disco que hunde sus raíces en los
Thrice de la época de “The Alchemy Index”. La misma banda donde Dustin gestó y pulió sus técnicas de composición. Y así ha seguido un camino que le ha llevado del hardcore melódico a la adoración a Dios, para dar como resultado unas melodías de una redondez e inspiración que rozan lo épico. Fíjate si no en la preciosa melodía de “Rejoice”, tema que abre el disco; “Grace Alone”, “It Is Finished”o “My One Comfort”. Canciones que en ocasiones llegan a desprender cierto aroma a Americana, llegando a recordar en momentos muy puntuales, incluso, a bandas que han trabajado el folk americano en los últimos años. Es decir, puro
Dustin Kensrue. Y sinceramente, creo que éste LP es lo más cercano a lo que sería un hipotético nuevo álbum de Thrice.
En resumen, es evidente que los cambios siempre son algo complicado, y sin duda el cambio que
Dustin Kensrue decidió emprender tras el descanso que
Thrice decidieron tomarse, ha debido ser un proceso no exento de dificultades y de momentos complicados, debido a la naturaleza del mismo. Pero con la publicación de este disco, es más que evidente que el esfuerzo y el camino ha valido la pena. Que ha encontrado su hueco y el lugar que, probablemente, andaba buscando en los últimos tiempos. Podrás o no comulgar con su mensaje o con sus creencias, no es mi caso, pero lo que no puede dudarse es que el nivel alcanzado en “The Water and The Blood” es, como decíamos, lo mejor que ha logrado en su carrera en solitario, recuperando al mismo tiempo parte del poso de sus años post-hardcore. Y si esto te parece exagerado o, simplemente, no nos crees, dale una escucha a “The Voice of The Lord” y dinos que no suena a Thrice.